Mientras escribo estas palabras, estoy escuchando Yanni: Live at the Acropolis. Solía escuchar este disco una y otra vez cuando estaba en secundaria, lista para graduarme e ir a la universidad y hacia lo desconocido. Fue un momento que me causó muchas ansias en mi vida.
Era una joven de diecisiete años en Honduras a punto de empezar mi vida en Ithaca College en el estado de Nueva York. Nunca antes había visto la nieve, y estaba muy emocionada y con mucho miedo al mismo tiempo. Por alguna razón, la música de Yanni tocó mi espíritu, me inspiró, y me preparó para las dificultades que estaban por venir. Tuve que aprender a vivir sola y valerme por mí misma. Eventualmente me gradué de la universidad y empecé a trabajar en la ciudad de Nueva York. Al final lo logré, me encantó, y crecí durante todo el camino.
Hace algunas semanas tuve el deseo de volver a escuchar la música de Yanni después de todos estos años. No lo había escuchado en todo este tiempo, pero aquí estoy, y no he parado. Lo escucho todas las mañanas cuando me siento a escribir, y sigue produciendo el mismo efecto de relajarme e inspirarme para seguir con mis proyectos. El efecto general no es completamente consciente, pero es real. Tal vez también me estoy reconectando con mi versión adolescente y sacando fuerzas de ese trayecto que ya fui capaz de superar.
Es extraña la forma en que este periodo de confinamiento nos invita a reconectarnos con intereses y versiones pasadas de nosotros mismos. Tal vez se deba a que ahora tenemos más tiempo para escuchar a las cosas que nos llaman en nuestro interior. Además, todo está mucho más tranquilo y las distracciones se han ido. Y, de forma simultánea, de repente estamos disponibles y listos para cosas nuevas.
Ahora es mucho más sencillo prestarles atención y analizar los pensamientos que vienen a nuestras mentes. Mi recomendación es que escuchemos y dejemos que nos guíen. Tenemos tiempo de sobra, y puede que nos lleven a lugares hermosos e inesperados.
Uno de los lugares a los que me está guiando el confinamiento es de vuelta a la pintura. Pintaba antes de ir a la universidad, y después cerré esa puerta de mi amor por el arte ya que me distraje con otras cosas. Empecé a extrañar la pintura el año pasado y empecé de nuevo seis meses antes de la pandemia.
Comencé la práctica con poco entusiasmo, pero ahora me he involucrado de lleno y he vuelto a explorar un camino alterno que había dejado atrás. Pintar me hace tan feliz: me encanta mezclar colores y meter mi brocha en las pinturas de óleo. Me inmerso en el mundo de mi pintura mientras trato de pintar la corteza de un árbol y sus hojas.
Al reconectarme con antiguos pasatiempos, me siento reconfortada. No tengo idea de a dónde me llevará, pero estoy escuchando. Y al prestar atención, estoy empezando a ver dónde podría cambiar mi vida. Sabía que mi vida era muy ocupada antes, e hice todo lo que pude para bajarle el ritmo, pero solo lo logré de forma parcial. No podía ver lo profundo que era mi deseo de algo diferente: más tiempo para hornear, más tiempo para enseñarles a mis hijas y más tiempo para mi arte.
Existen muchos intereses y pasiones que dejamos olvidados en diferentes periodos de nuestras vidas y que son parte de quienes somos. Esta ocasión extraordinaria nos invita a buscar esas fibras y a reconectarnos y redescubrir esas partes de nuestro ser. Se encuentran allí para darnos fuerzas y mostrarnos el camino a seguir.